Muchos hablan y escriben sobre geopolítica, pocos entienden realmente algo. Daniele Scalea es uno de éstos. Joven, 25 años, licenciado en Ciencias Históricas por la Universidad de Milán, Daniele Scalea, que participa desde hace años en la redacción de Eurasia, ha debutado con una obra de gran profundidad, demostrando que las orillas del lago Mayor (vive en Cannobio) pueden ser un observatorio privilegiado para comprender y explicar los acontecimientos del mundo que nos rodea. No soy sólo yo quien lo afirma, sino también el general Fabio Mini, que ha escrito el preámbulo del nuevo libro de Daniele.El general Mini explica “Podemos decir con seguridad que Daniele Scalea ha escrito un tratado de alta geopolítica. Ha descrito el mundo actual tratando de interpretarlo a la luz de las teorías clásicas de la geopolítica, confirmando, por si fuera necesario, su validez metodológica. Ha tomado como objeto de examen todos los principales actores mundiales, aportando una visión apasionada. No hay nada más que decir.”



Invirtamos la botella y comencemos desde el fondo. Usted concluye su libro diciendo que el nacimiento del Nuevo Mundo, o al menos la reestructuración geopolítica del antiguo, podría ser extremadamente complicado. Esencialmente, que la transición de un sistema semiunipolar a uno multipolar podría inducir dolorosas fricciones debidas al hecho de que la potencia hegemónica –Estados Unidos– opondrá resistencia a la pérdida de su poder. ¿El “desafío total” tiene ya tiene ganadores y perdedores?

La tendencia histórica de la posguerra fría va contra Estados Unidos. En los años 90, la geopolítica mundial experimentó un “momento unipolar”, y todo parecía moverse en la dirección correcta, desde la perspectiva de Washington. Pero ya se estaba incubando lo que vendría después. La última década ha visto la aparición, en los ámbitos económico, estratégico y también político, de auténticos competidores de la “única superpotencia realmente existente.” Me refiero sobre todo a China y Rusia, pero también merecen mencionarse India, Brasil y Japón. El sueño del “fin de la historia” se ha desvanecido. EE.UU. realizó, bajo Bush, un último intento brutal para mantener su supremacía indiscutible: el proyecto de “guerra sin fin”, que iba a aniquilar como una apisonadora todos sus posibles enemigos y competidores, pero se han estancado en los dos primeros obstáculos hallados, a saber, Afganistán e Iraq. El orden mundial actual es semiunipolar, con Estados Unidos todavía como primera potencia hegemónica, pero más por la cautela de sus rivales que por su poder y autoridad. La crisis financiera de 2008 salió de EE.UU. e hizo parcialmente añicos el orden económico en que descansa en gran parte el poderío de Washington. Todo permite suponer que se materializará un retorno a un orden real multipolar, y ésta es también mi previsión.

Pero… como suele suceder, hay un “pero”. Uno de los errores más comunes de nuestro tiempo es percibir las tendencias, como factores fijos e inmutables, cuando en realidad son contingentes. Como sostenía Hume, los seres humanos se inclinan a creer en lo que estamos acostumbrados a ver, o sea, a dar carácter absoluto a lo contingente. Pero la reversión de la tendencia es siempre posible. Estados Unidos no ha aceptado, y difícilmente aceptará, el papel de potencia hegemónica en declive. A menos que se produzcan implosiones internas del tipo previsto por Igor Panarin, serán capaces de oponer resistencia; y siguen teniendo muchas flechas en su arco, si no para bloquear al menos frenar la transición a un mundo multipolar: recordemos, entre los principales, el poderoso instrumento militar (con frecuentes fallos, pero cuya capacidad de proyección global no tiene rival), la hegemonía del dólar (Henry Liu), la centralidad del sistema financiero, la influencia cultural. Ya sabemos cómo, el siglo pasado, fue impugnado el dominio de las talasocracias anglosajonas por el Reich alemán y después por la Unión Soviética, y todos sabemos cómo acabó. Mejor no vender la piel del oso –las plumas del águila, para ser más precisos en la alegoría zoológica– antes de matarlo. Es cierto, sin embargo, que los EE.UU. de principios del siglo XXI parecen sólo una pálida copia de la superpotencia del siglo XX: gran parte de su grandeza proviene de la herencia de las generaciones pasadas, y cuando han de defenderla no parecen estar a la altura de su rango sin par.

Vayamos ahora al principio, a hurgar un poco en el pasado. ¿Puedes sintetizar el concepto de “ataque al corazón de la Tierra” –el Heartland–, que Estados Unidos basa en cuatro aspectos (subversión política, expansión militar, recursos energéticos, supremacía nuclear)?

La estrategia estadounidense, al menos a partir de los últimos años de la XX Guerra Mundial (y quizá antes), está fuertemente inspirada en los principios de la geopolítica. El Heartland definido por Halford Mackinder, es una de las categorías básicas de esta disciplina: es la Tierra-corazón, el centro del continente euroasiático, históricamente impermeable a las potencias marítimas, estas últimas encarnadas primero por el Imperio Británico y luego por el imperialismo “informal” de Estados Unidos. El Heartland está ocupado por Rusia, que representa por lo tanto el principal obstáculo y una amenaza potencial a la hegemonía de la potencia talasocrática, es decir, marítima, de EE.UU. Desde el final de la Guerra Fría hasta la actualidad, Washington y Moscú han intentado en repetidas ocasiones realizar acercamientos amistosos, pero todos terminaron mal. A la política de claudicación de Yeltsin respondió con el desmembramiento de Yugoslavia, y los rusos reaccionaron llevando al Kremlin a un tal Vladimir Putin. La apertura de éste tras el 11 de septiembre se vio recompensada con una penetración de EE.UU. en Asia Central, el “patio trasero” de Rusia. El romance actual, recentísimo, entre Obama y Medvedev no durará mucho tiempo. No hay que dejarse llevar por el determinismo, pero la geografía es un factor importante en los asuntos humanos, y en este caso la geografía condena a Rusia y EE.UU. a ser, al menos en el escenario actual, casi siempre enemigos.

Desde los años 90 hasta hoy Washington, siguiendo teorías como las de Zbigniew Brzezinski, lejos de relajar su presión sobre Moscú, ha intentado explotar el colapso de la URSS para neutralizar la amenaza permanente de Rusia. Las directrices de ataque son cuatro, como usted ha señalado:

a) la subversión política: a través de la CIA, de entes públicos o semipúblicos, como la National Endowment for Democracy, USAID o de supuestas ONG, EE.UU. ha orquestado una serie de golpes de estado en la antigua zona de influencia de Moscú, con objeto de instalar gobiernos proatlantistas y rusófobos, en la medida de lo posible. Los casos más conocidos han sido Serbia, Georgia, Ucrania y Kirguistán. Lo intentaron incluso en Bielorrusia y Rusia (véase Kasparov), pero no les fue bien. Los gobiernos locales se han dado cuenta de la situación, y han comenzado a poner restricciones a las actividades de las organizaciones extranjeras en sus países. Los recientes acontecimientos en Ucrania y Kirguistán sugieren que la ola de “revoluciones de colores” está en reflujo;

b) la expansión militar: la OTAN podría ser descrita como la alianza que vincula a la potencia hegemónica a sus países subordinados. No es cualitativamente diferente de la Liga de Delos, dirigida por Atenas, o de las diversas alianzas itálicas de Roma. Ciertamente, no es una alianza entre iguales. Nacida con una función antisoviética, la disolución de la URSS no sólo no supuso su liquidación sino que se ha expandido hacia el Este hasta las fronteras de Rusia. La nueva doctrina militar de Rusia menciona específicamente a la OTAN entre las amenazas para el país;

c) los recursos energéticos: una poderosa palanca estratégica para Rusia la constituye su papel central en el comercio energético dentro de Eurasia. Estados Unidos ha tratado de disminuirla haciendo de Asia Central un competidor de Moscú, mediante gasoductos y oleoductos alternativos que evitan el territorio de Rusia. La incapacidad para construir la conducción transafgana, el reducido impacto del ducto BTC y la posible quiebra del Nabucco demuestran que el proyecto, al menos por ahora, no ha tenido éxito;

d) la supremacía nuclear: es un punto a menudo ignorado por los comentaristas occidentales. Se define como supremacía nuclear la capacidad de un estado para ganar una guerra nuclear sin sufrir daños excesivos, es decir, de lanzar un primer golpe (first strike) y detener después la represalia subsiguiente. Cuando se dispone de los miles de ojivas y misiles nucleares que tiene EE.UU., es fácil aniquilar a un rival mediante una guerra atómica. El gran problema es ser capaz de evitar ser destruido, a su vez, si el enemigo, como Rusia, dispone de miles de armas nucleares con las que responder. He aquí, por consiguiente, la idea del escudo antimisiles antibalísticos (ABM) soñado por Reagan, revivido por Bush y en absoluto abandonado por Obama, que seguirá siendo durante mucho tiempo un importante contencioso entre Moscú y Washington. De hecho, el Kremlin no se cree el cuento de que el escudo el ABM esté dirigido contra Irán y Corea del Norte, y en mi libro explico en detalle el porqué.

Se centra usted mucho en la política exterior de EE.UU. de última década, diseccionando las diferencias entre idealistas y realistas en la Casa Blanca. ¿Qué ha cambiado con la llegada de Barack Obama a la Casa Blanca?

Muchas cosas, pero probablemente menos de las que podrían haber cambiado si no hubiera existido la crisis financiera de 2008. Obama fue el portador de una alternativa geoestrategia a la de los neoconservadores, menos centrada en Oriente Próximo y más atenta a los equilibrios globales en conjunto. Incluía también una estrategia no declarada de lucha contra Rusia de tipo “brzezinskiano”. La distensión misma con Irán estaba y está concebida principalmente para dirigir a la potencia persa contra Moscú en funciones de contención del flanco sur.

Huelga decir que la crisis ha trastocado los planes. EE.UU. se encontró con el agua al cuello, y Obama se contentó con tratar de salvar la supremacía mundial. El ideologismo de Bush ha sido sustituido por un poco de sana realpolitik, y la amenaza y el uso de la fuerza militar están ahora suavizados por el uso de la diplomacia como vía preferente. Pero esto no es suficiente. Washington ha entendido que no puede conseguir todo solo, y está tratando de cooptar a algunas grandes potencias como muletas de su propia hegemonía. Al principio, Obama intentó formar el famoso G-2 con China, pero pronto la tensión comenzó a subir, y ahora Washington y Pekín se observan con una hostilidad no vista en las últimas décadas. Así, Obama ha dirigido su punto de mira hacia China, y se ha aproximado a Rusia. El leviatán talasocrático y el mastodonte tellurocratico ya se han encontrado uno al lado del otro contra un poder del Rimland, es decir, del margen continental de Eurasia (me refiero a la Alemania del siglo pasado), pero no creo que esto se repita hoy. La superpotencia estadounidense fue capaz de cooptar a la Rusia de Yeltsin y del Putin de los comienzos, pero su excesiva avidez de poder terminó por alejarla. Hoy en día sigue siendo la potencia hegemónica, y por lo tanto suscita envidia y hostilidad, pero es una hegemonía coja, y ya no da las mismas ventajas del pasado. Aliarse con alguien que te utiliza como muleta de su poder debilitado no es ya una perspectiva tan atractiva. El Kremlin tomará por otros caminos y sólo cuando EE.UU. se haya reducido a la categoría de potencia inter pares, entonces podrá volver a discutir de alianzas estratégicas.

El 8 de diciembre 1991, los presidentes de Rusia, Ucrania y Bielorrusia, reunidos en Brest, proclamaron la disolución de la Unión Soviética. Gorbachov se vio obligado a aceptar contra su voluntad. El ex presidente ruso Vladimir Putin, ahora primer ministro, dijo que la disolución de la URSS ha sido la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX. ¿Está de acuerdo?

El término catástrofe implica un juicio de valor, y por lo tanto es subjetivo. Al respecto, no hay duda de que el colapso de la URSS, es decir, la potencia terrestre del Heartland que contenía a la superpotencia marítima, fue un acontecimiento trascendental. Y desde el punto de vista de los rusos, sólo puede calificarse de catastrófica. Pero no sólo para ellos. El colapso de la represa soviética –un dique criticado y polémico hasta decir basta– abrió el camino a los intentos hegemónicos de EE.UU., con sus añadidos de abusos y guerras. Para los estadounidenses la desintegración de la URSS fue un éxito; para los polacos una bendición; para los cubanos, sirios o palestinos, una desgracia.

Vladimir Putin ha significado, entre luces y sombras, el símbolo del retorno de Rusia al Gran Tablero de Ajedrez. Usted escribe que la doctrina Putin se puede interpretar como un realismo a la salsa rusa, fundada en la astuta textura de las alianzas intracontinentales con China, India, Irán, Turquía y Europa Occidental. ¿Es decir…?

He recogido de Tiberio Graziani, director de Eurasia, la definición que usted cita. En Rusia, después de la caída del comunismo surgieron dos visiones ideológicas: la eurasiática, que ve en Estados Unidos al enemigo histórico que hay que combatir a toda costa; y la occidentalista, que ve en Occidente el benjamín al que hay que emular por todos los medios. La doctrina Putin va más allá de estos esquemas, y se coloca a medio camino entre los extremistas de ambos bandos. Adopta un lenguaje y unos formalismos caros a los occidentales, y ha considerado por mucho tiempo una prioridad las relaciones con Europa y EE.UU. Pero nunca ha sido sumiso ni se da por vencido, nunca ha renunciado a defender el papel de Rusia en el mundo y su propio espacio vital, el Heartland. Cuando llegó a la conclusión de que con Washington no había lugar para el diálogo, se volvió hacia otras partes. Las alianzas intracontinentales que usted menciona sirven para crear un segundo anillo de seguridad (el primero debe ser el exterior más cercano) en torno a Rusia. El objetivo último es excluir a la talasocracia, es decir EE.UU., de toda la masa continental eurasiática, con el fin de conseguir la seguridad permanente de Rusia.

Según Parag Khanna de los “tres imperios” del nuevo mundo multipolar serían EE.UU., China y la Unión Europea, mientras que Rusia formaría parte del “segundo mundo”. Usted no está de acuerdo. ¿Por qué?

Porque la visión de Parag Khanna se basa principalmente en evaluaciones de tipo económico y en sus propias simpatías personales. La economía es importante, pero no revela todo. Por ejemplo, la Unión Europea, como se sabe, es un gigante económico pero un enano político. Tampoco es un estado, sino una mezcolanza de estados nacionales que, como los acontecimientos actuales están demostrando, en medio de la tormenta prefieren pensar en sus propios intereses. Rusia tiene un ingente patrimonio geopolítico, en términos geográficos, militares y energéticos, con los que desempeñar un papel muy eficaz en el escenario mundial. Moscú sigue estando en el centro de la política internacional; considerarlo como el “segundo mundo” no está justificado.

No obstante, China es y será uno de los líderes de este siglo, y en torno al papel de Pekín se juega, obviamente, el futuro de Washington. Tomo sus palabras: “Para EE.UU., la contención de China debería realizarse con la ayuda de dos “perros guardianes”: India y Japón. ¿Es cierto que Nueva Delhi y Tokio están realmente dispuestos a cumplir el papel que Washington querría asignarles, o bien preferirían unirse a Pekín para crear una “esfera de coprosperidad” asiática?

Es un dilema aún no resuelto. India parecía estar más cerca a China hace unos años, y los profesionales del género comenzaron a utilizar el término “Chindia”. Por el contrario, Japón, que hace unos años parecía ser un irreconciliable enemigo de Pekín, hoy está aproximándose. La situación es fluida y difícil de descifrar, pero la sensación es que Nueva Delhi y Tokio intentarán conocer al ganador: esperarán hasta saber con certeza quién va a ganar entre China y EE.UU., y sólo entonces apostarán todo al caballo ganador.

Por último, desplacémonos a otro ámbito del extranjero, en el que los grandes actores son siempre los mismos. En su libro, escribe usted que Obama parece decidido a recuperar su influencia sobre el “patio trasero”, por cualquier medio. Rusia y China, sin embargo, ofrecen un cauce diplomático a las nuevas potencias emergentes como Brasil y Venezuela. ¿Los conflictos futuros están ya programados?

América del Sur ha sido históricamente una zona muy tranquila. Pero esto se debe también a su historia de marginalidad en el marco geopolítico, y a la hegemonía indiscutible durante mucho tiempo de EE.UU. Estos dos factores están perdiendo importancia. En América del Sur está surgiendo una gran potencia mundial – Brasil– mientras que el control estadounidense del “patio trasero” se ha visto seriamente erosionado. China y Rusia se burlan de la Doctrina Monroe, piedra angular de la estrategia de EE.UU. desde hace dos siglos. Washington pasará a la acción, o mejor dicho, a la reacción, y no sabemos aún qué herramienta elegirá.

¿Mayor integración económica? El ALCA ha sido rechazado por casi todos los países de América del Sur.

¿Lazos militares? En América del Sur, Rusia ya supera a EE.UU. en la exportación de armas.

¿Influencia cultural? El sentimiento antiestadounidense, enraizado en la tradición, alcanza en niveles históricos, y el despertar de la comunidad indígena conduce a un redescubrimiento de su patrimonio más arcaico, en lugar de adoptar el estilo de vida americano.

¿Golpes de estado? En Venezuela lo intentaron, pero fue un fracaso; un pez mucho más pequeño, Honduras, ha caído en la red, pero se encuentra casi totalmente aislado de la región.

¿Guerras por delegación? Los países de América del Sur son extremadamente reacios a ir a la guerra entre sí, aunque sólo sea porque todos ellos son inestables internamente, y temen graves consecuencias en el interior. En torno a Colombia la tensión va en aumento, y mucho dependerá de las próximas elecciones presidenciales. Santos recuerda en algunos aspectos a Saakashvili: es un exaltado, con él todo es posible. Mockus, por el contrario, busca el entendimiento con sus vecinos y aflojar los lazos con EE.UU. En cualquier caso, para Bogotá sería un movimiento por lo menos arriesgado ir a la guerra con sus vecinos, cuando ni siquiera controla su propio territorio nacional.

¿Guerras en primera persona? A descartar, al menos mientras las tropas estadounidenses sigan empantanadas en Iraq y Afganistán. E incluso después de haber evacuado estos dos países del Oriente Próximo, la experiencia tendrá un impacto negativo en la propensión a la guerra en los próximos años. No cabe duda de que no son eventos traumáticos como Vietnam –por la participación de soldados profesionales, en lugar ciudadanos reclutados a la fuerza– pero el país está desmoralizado y las arcas vacías. Por otra parte, los países de América del Sur se están integrando: atacar a uno echaría a perder las relaciones con todos.

Por estas razones, creo que en los próximos años Washington se limitará, simplemente, a subvencionar y “vender” en los medios de comunicación a sus paladines locales: ya lo está haciendo en Brasil, aunque difícilmente el Partido de los Trabajadores de Lula será expulsado del poder. En alguna “república bananera” centroamericana podrán también organizar un golpe de estado, pero el arma tradicional estadounidense de influencia sobre los vecinos del Sur está perdiendo cada vez más fuerza.

La pérdida de la hegemonía en el continente americano representa un punto de inflexión para EE.UU. y la geopolítica mundial. Estados Unidos de América, potencia continental, ha podido inventarse a sí misma como potencia marítima al contar con el aislamiento que le confería la ausencia de enemigos en el continente: desde finales del siglo XIX han sido por tanto capaces de proyectarse con seguridad por los océanos y más allá de sí mismos. Con la aparición de fuertes rivales en las Américas, EE.UU. perdería una de sus ventajas estratégicas históricas: dejar de ser una “isla” geopolítica y volver a ser una potencia continental.

¿Cuáles son estos rivales que Estados Unidos puede encontrar en el continente? Es fácil de responder que Brasil, por encima de todos, por su dimensión y población, que le permiten desafiar la supremacía de Washington en el hemisferio occidental. Es fácil hacer referencia al “bloque bolivariano”, países que individualmente son débiles, pero que si llegaran a unirse, fortalecidos por la vehemencia ideológica, crearían muchos problemas a los gringos, como ellos los llaman. Y no olvidemos a México, un país muy grande, que comparte frontera con EE.UU. y cultiva –aunque silenciosamente– históricas reivindicaciones territoriales sobre el sur de los Estados Unidos. Su economía está creciendo rápidamente, y en pocos años se considerará una gran potencia, al menos en este ámbito. Tiene dificultades para controlar la parte norte del país, pero es la menos poblada y más pobre. Por otra parte tiene un arma atípica. Samuel Huntington, poco antes de su muerte, hizo una advertencia a sus compatriotas: deberían estar atentos al enorme incremento en el número de latinos –en su mayoría mexicanos– en Estados Unidos. Los latinos se concentran en unos pocos estados: California, Texas, Arizona, Nuevo México e incluso Florida (se trata de cubanos y puertorriqueños). Vienen en masa y tienden a preservar su lengua, religión y forma de vida. Ya han adquirido un peso electoral significativo, pero en su mayoría no están integrados en la sociedad estadounidense. En el Sur, los cárteles del tráfico de drogas ya han creado verdaderos estados dentro del Estado, que se enseñorean en los barrios latinos, son capaces de financiarse mediante el tráfico ilícito de drogas y la prostitución, y tienen verdaderos ejércitos armados hasta los dientes. Un sujeto ideal para llevar a cabo una guerra asimétrica, si llegasen a crearse las condiciones. Estos cárteles de la droga tienen el mismo poder al otro lado de la frontera norte de México, y cuentan también con importantes colusiones con las autoridades de Ciudad de México. No es casual que en EE.UU. desde hace algunos años están tratando de frenar la inmigración y la integración de los latinos en la sociedad, mientras que en México no hacen nada para disuadir a sus ciudadanos de expatriarse a tierras que el vecino del Norte robó a México hace ciento cincuenta años. La situación es explosiva, y algunos analistas, como George Friedman, se han dado cuenta.

Gracias por la entrevista.


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