El aventurerismo estadounidense en Georgia y la profunda crisis económico-financiera que afecta a todo el sistema occidental han evidenciado definitivamente la incapacidad de los Estados Unidos para gestionar el actual momento histórico. Los paradigmas interpretativos basados en las dicotomías Este-Oeste, Norte-Sur, centro-periferia no parece que sean válidos para delinear los próximos escenarios geopolíticos. Una lectura continental y multipolar de las alianzas y de las tensiones entre los actores globales nos permite identificar en la América indiolatina y en Eurasia los pilares del nuevo sistema internacional.
La incapacidad estadounidense de gobernar
La reciente cuestión georgiana ha supuesto definitivamente el certificado de defunción del llamado unipolarismo estadounidense y, sobre todo, parece que ha hecho efectivo un sistema articulado ya sobre polos continentales, es decir, un sistema multipolar.
Esto no ha sido captado en absoluto por la mayor parte de los observadores y analistas, que, pese a ser conscientes del crepúsculo de la “nación indispensable” (según la atrevida definición de la ex Secretaria de Estado Madeleine Albright), con motivo de la crisis de agosto entre Moscú y Tbilisi han hecho referencia, reiteradamente, a un nuevo bipolarismo y a una reformulación de la “Guerra Fría”. En realidad, estamos muy lejos de la reedición del viejo sistema bipolar, y no sólo porque las motivaciones ideológicas (entre las cuales se encuentran las antítesis comunismo-capitalismo y totalitarismo-democracia), que caracterizaron la posguerra de 1945 a 1989, y que por tanto dieron vida al equilibrio bipolar, han desaparecido, sino, sobre todo, porque grandes países de dimensiones continentales, como China, India y Brasil, como consecuencia de su desarrollo económico y gracias a la conciencia geopolítica que anima desde hace casi toda una década a sus clases dirigentes, tienen la ambición de asumir responsablemente compromisos políticos, económicos y sociales a nivel planetario.
No obstante, hay que decir inmediatamente que el declive del sistema unipolar guiado por los Estados Unidos no significa en absoluto el fin de la hegemonía de Washington, hasta ahora presente, incluso militarmente, en amplias áreas del planeta. La hegemonía de Washington es por el momento una hegemonía reducida con la cual las nuevas entidades geopolíticas tendrán que enfrentarse todavía durante algunos años. Una hegemonía, hemos de subrayar, quizás más peligrosa que la pasada para la estabilidad internacional porque precisamente al resultar oscilante esta hegemonía es, por tanto, susceptible de ser gestionada por Washington y por el Pentágono con escaso equilibrio, tal y como la crisis georgiana ha demostrado ampliamente.
La profunda crisis estructural de la economía de los EE.UU (1) ha contribuido sólo a acelerar un proceso de redimensionamiento de todo el “sistema occidental” que, aunque iniciado a mitad de los años 90, sólo en los primeros años del siglo actual fue registrado por autores como Chalmer Johnson y Emmanuel Todd en los respectivos análisis sobre las consecuencias con que los Estados Unidos acabarían por encontrarse (2), como única potencia mundial, así como sobre la descomposición del sistema estadounidense (3).
Johnson, profundo conocedor de Asia y, en particular, de Japón, observaba, entre los años 1999 y 2000, que los EEUU no estarían en condiciones de gestionar su relación con Asia si continuaban “las reiteradas tentativas de su gobierno de dominar la escena mundial” (4). Entre los cambios ya visibles, que en el futuro próximo trazarían un nuevo marco geopolítico, Johnson situaba su atención en la creciente tentativa de China de emular las otras economías de crecimiento intensivo de Asia oriental (5). El mismo autor, refiriéndose al despiadado análisis ilustrado por David Calleo (6) en el lejano 1987 sobre la disgregación del sistema internacional, consideraba que los Estados Unidos de finales de siglo eran “una entidad hegemónica rapaz” “dotada de escaso sentido del equilibrio”.
También el francés Todd, como el americano Johnson, consideraba que los EEUU, a causa de las guerras en Oriente Medio y en Yugoslavia, estaban ya convirtiéndose en un elemento de desorden de todo el sistema internacional; según Todd, además, la interdependencia económica redundaba en perjuicio de la economía estadounidense, como, indudablemente, demostraba el crecimiento del déficit de la última década.
Algunos años después, en enero de 2005, un agudo y brillante observador como Michael Lind, de la New American Foundation, sostenía, en un importante artículo publicado en el “Financial Times” (7), que algunos países eurasiáticos ( principalmente China y Rusia) y de la América meridional estaban “silenciosamente” tomando medidas cuyo efecto sería el de “reducir” el poder norteamericano.
Más recientemente (2007), Luca Lauriola [8] ha afirmado sustancialmente los mismos conceptos, que citamos aquí en palabras de Claudio Mutti: “Lauriola se propone demostrar algunas tesis que pueden ser resumidas esquemáticamente en los siguientes términos: 1) los EEUU no son ya la mayor potencia mundial; 2) la potencia tecnológica rusa supera hoy la estadounidense; 3) el entendimiento estratégico entre Rusia, China e India configura un área geopolítica alternativa a la estadounidense; 4) los EEUU se encuentran en una gravísima crisis financiera y económica que es el preludio de un auténtico hundimiento; 5) en tal situación, la potencia estadounidense está “perdida y enloquecida” de modo que Moscú, Pekín y Nueva Delhi la tratan pretendiendo no provocar reacciones que podrían causar catástrofes mundiales; 6) la administración Bush prosigue impertérrita hacia el precipicio, inventando continuamente mentiras que justifiquen la función mundial de los EEUU; 7) las condiciones de vida de gran parte de la población estadounidense son similares a las de muchos países subdesarrollados; 8 ) la imagen actual de los EEUU no es una excepción de su historia, sino que reproduce fielmente la que siempre ha tenido ( desde el genocidio de los Pieles Rojas al terrorismo practicado en Vietnam); 9 ) en los EEUU, un función política eminente es desempeñada por el mismo lobby mesiánico que ya había destacado en la nomenclatura soviética” (9).
Pero, ¿cómo puede ser que la hiperpotencia estadounidense, en el breve transcurso de apenas veinte años, esté a punto de colapsar? ¿Por qué un actor global como los EEUU no ha sido capaz de gobernar e imponer su tan proclamado “New Order”, democrático y liberal?
Las respuestas a tales cuestiones no han de ser buscadas solamente en los – al fin y al cabo –fáciles análisis que tanto gustan a los economistas y/o en las contradicciones políticas dentro del sistema occidental. A nuestro juicio, hay que buscarlas precisamente en los análisis de las doctrinas geopolíticas de la potencia estadounidense. Los Estados Unidos de América – potencia talasocrática mundial –siempre han buscado, desde su expansión en el subcontinente sudamericano, una praxis geopolítica que en otro lugar hemos definido “del caos” (10), es decir, la geopolítica de la “perturbación continua” de los espacios territoriales susceptibles de ser situados bajo su influencia o su propio dominio; de ahí la incapacidad de realizar un auténtico y articulado orden internacional, como cabría esperar de quien tiene por ambición el liderazgo mundial.
Dos geopolíticos italianos, Agostino Degli Espinosa y Carlo Maria Santoro, en épocas distintas y muy lejanas entre sí, respectivamente en los años 30 y 90, han constatado una importante característica de los EEUU, la de estar incapacitados para gobernar, para administrar.
Escribía en el lejano 1932 Agostino Degli Espinosa; “América no quiere gobernar, quiere simplemente poseer de la manera más simple, es decir, con el dominio de sus dólares”, y continuaba afirmando que gobernar “no significa únicamente imponer leyes y voluntades: significa dictar una ley a la cual el espíritu del pueblo o de los pueblos se adhiera de modo que entre el gobierno y los gobernados se forme una unidad espiritual organizada” (11).
Afirmaba, con una distancia de más de sesenta años, Carlo Maria Santoro: “las potencias marítimas […] no saben imaginar, ni siquiera conceptualmente, la conquista y la administración, es decir, la subdivisión jerárquica de los grandes Imperios continentales” (12).
La especificidad talasocrática de los EEUU, identificada por Santoro, y la incapacidad de gobernar, en el sentido expuesto más arriba, de manera magistral, por Degli Espinosa, explican mejor que cualquier otro análisis el declive de la Potencia norteamericana. Obviamente, también hay que añadir a esto los elementos críticos conectados al grado de expansión del imperialismo estadounidense: despliegue militar, gasto público, escaso sentido de la diplomacia.
Recientemente también el economista francés Jacques Sapir ha llegado a afirmar la ineptitud de los EEUU en la gestión del actual momento histórico. Para el director de la Escuela de París para los Estudios de las Ciencias Sociales (EHESS), más bien, ya la crisis de 1997-1999 había mostrado “que los Estados Unidos eran incapaces de dominar la liberalización financiera internacional que habían suscitado e impuesto a numerosos países” (13). Evidentemente, para Sapir la mundialización es un aspecto del expansionismo estadounidense, siendo,en gran medida, la aplicación de la política americana que él considera que es “una política voluntarista de apertura financiera y comercial” (14). En su momento, cuando las recetas liberales estadounidenses, canalizadas a través de los dictados del Fondo Monetario Internacional, fracasaban en Indonesia y, con razón, eran rechazadas duramente por Kuala Lumpur, fue, significativamente, subraya Sapir, la política económica responsable que adoptó Pekín lo que aseguró la estabilidad de Extremo Oriente.
Es interesante observar que la aceleración del proceso de reducción económica y política de los EEUU (2007-2008) ha tenido lugar precisamente cuando a la cabeza del país se encuentra un grupo de poder que se remite a las ideas de los think tanks neoconservadores. Los neocons, como se sabe, han impulsado en la mayor medida posible a Washington para que actúe en los últimos años –al menos a partir de 1998, año en que comienza la “revolución en los asuntos militares” –con una política exterior agresiva y expansionista; tal política ha sido llevada a cabo en estricta coherencia con los principios veterotestamentarios ( el impulso mesiánico como componente del patriotismo estadounidense y como constante del carácter nacional) que les distinguen y con la particular declinación, en sentido conservador, de la conocida tesis trostkista de la revolución permanente. Esta tesis, además de constituir en cierto sentido el sustrato teórico de la estrategia de la “permanent war”, definida por el vicepresidente Dick Cheney y puesta en práctica de forma escrupulosa por la Administración Bush durante los últimos dos mandatos presidenciales (2000-2008), renueva la característica “geopolítica del caos” de Washington.
América indiolatina y Eurasia
Si, atrapados entre las necesidades de orden estratégico (control de Rusia y de China en Eurasia, de Brasil , de Argentina y del área del Caribe en su propio hemisferio) y una profunda crisis económico-financiera, los EEUU parece que están confusos y oscilan entre una política exterior incluso más agresiva y muscular respecto al pasado reciente y una reconsideración realista de su propio papel mundial, los mayores países eurasiáticos, Rusia y China a la cabeza, y los más importantes países sudamericanos, Argentina y Brasil, parecen cada vez más conscientes de sus propias potencialidades económicas, políticas y geoestratégicas.
Esto obliga a los analistas y a los encargados de las decisiones políticas a utilizar nuevos paradigmas para interpretar el presente. Los esquemas interpretativos del pasado, basados en las dicotomías Este-Oeste, Norte-Sur, centro-periferia, no parece que valgan ya. Será conveniente analizar el presente, con la finalidad de captar los elementos necesarios para trazar los posibles escenarios geopolíticos futuros, desde la perspectiva continental y multipolar de las alianzas y de las tensiones entre los actores globales; en particular, será preciso concentrar la atención sobre los ejes intercontinentales entre los dos hemisferios del Planeta.
El BRIC (Brasil, Rusia, India y China), el nuevo eje geoeconómico entre Eurasia y la América indiolatina, es ya una realidad bien definida, capaz de atraer, en el futuro próximo, a otros países eurasiáticos y sudamericanos. Si, a corto-medio plazo, tal eje se consolida, el sueño “occidentalista” inglés de una comunidad euroatlántica, de Turquía a California (15), y el sueño mundialista de los EEUU, construido sobre la triada Norteamérica, Europa y Japón, estarían destinados a seguir siendo eso: sueños.
La reciente cumbre de los Ministros de Asuntos exteriores de los países del BRIC (mayo 2008, Yekaterimburgo, Rusia) que ha confirmado la intención de los nuevos países emergentes de entrelazar ulteriormente las relaciones económicas y políticas, ha sido percibida por los EEUU como una auténtica afrenta. A esto hay que añadir también la reunión de los Big Five (Brasil, India, China, Méjico y Sudáfrica) que tuvo lugar en Sapporo en julio de 2008 en coincidencia con la cumbre de Hokkaido del G8.
Cuando Putin se convierte en primer ministro de la Federación Rusa (agosto de 1999) comienzan a ponerse en marcha consistentes relaciones económicas entre Rusia y los países sudamericanos, para luego intensificarse en el curso de los últimos años hasta asumir una decidida dimensión política.
Mientras, el interés de China hacia la América meridional se remonta a abril de 2001, con la histórica visita del presidente Jiang Zemin a distintas naciones del subcontinente americano. China, en busca de materias primas y de recursos energéticos para su propio desarrollo industrial, considera a Brasil, Venezuela y Chile compañeros privilegiados y estratégicos (se cuentan, hasta hoy, entre 400 y 500 acuerdos comerciales entre Pekín, los principales países sudamericanos y Méjico) hasta el punto de invertir en ellos destacados capitales para la realización de importantes infraestructuras.
Los intereses rusos y chinos en América meridional, por tanto, aumentan día tras día. El coloso ruso Gazprom (junto a la italiana ENI) cierra contratos con Venezuela (septiembre de 2008) para la exploración de las áreas Blanquilla Este y La Tortuga, en el mar del Caribe, a aproximadamente 120 kilómetros al norte de la ciudad de Puerto la Cruz (Venezuela septentrional), y Moscú aprueba un plan para la creación de un consorcio petrolífero en América meridional. Además, la Lukoil firma un memorandum de acuerdo con la compañía petrolífera venezolana, la PDVSA, Chávez se dirige a Pekín (septiembre de 2008) para firmar una veintena de acuerdos comerciales con Hu Jintao, referentes a suministros agrícolas, tecnológicos y petroquímicos así como se compromete a proporcionar quinientos mil barriles de petróleo al día para 2010 y un millón para 2012.
Además, Pekín y Caracas, después de los acuerdos cerrados en mayo de 2008, en septiembre del mismo año, alcanzan acuerdos para la instalación de una refinería de propiedad común en Venezuela y para la realización conjunta de una flota de cuatro petroleros gigantes y para el aumento de los envíos de petróleo a China.
La América meridional y el Caribe no parece que sean ya el “patio trasero” de Washington. Las preocupaciones aumentan para Washington, cuando Nicaragua reconoce las repúblicas de Osetia y Abjasia del sur, cuando Venezuela acoge bombarderos estratégicos rusos de largo alcance y, sobre todo, cuando el proceso de integración de la América meridional es acelerado por los acuerdos estrechísimos entre Buenos Aires y Brasilia. Las relaciones entre los dos mayores países del subcontinente americano se han concretado recientemente (septiembre 2008) con la adopción del sistema de pago en moneda local (SML) para el intercambio económico-comercial. La adopción del SML en lugar del dólar estadounidense representa un auténtico primer paso hacia la integración monetaria de toda la zona MERCOSUR y la constitución embrionaria de un “polo regional” que, de forma verosímil, gracias sobre todo a las ya consolidadas relaciones con Rusia y China en el ámbito económico y comercial, podría desarrollarse en el breve transcurso de un lustro. El nerviosismo de Washington asciende, además, cuando Pekín y Rusia expanden su influencia en África y establecen relaciones de colaboración con Irán y Siria.
Sin embargo, más allá de los siempre importantes y necesarios acuerdos económicos, comerciales y políticos, para que el nuevo sistema multipolar pueda desarrollarse adecuadamente, sus dos pilares, Eurasia en el hemisferio nororiental y la América indiolatina en el sudoccidental, tendrán que asumir, necesariamente, el control de sus propios litorales y contener las tensiones internas (a menudo suscitadas artificialmente por Washington y Londres) su verdadero talón de Aquiles.
De hecho, para hacer frente a los EEUU –para encontrar, por tanto, soluciones razonables y equilibradas que reduzcan, a nivel planetario, sin ulteriores convulsiones, su grado de perturbación –China y Rusia deben considerar que, actualmente, la ex hiperpotencia es seguramente una nación “perdida”, pero con todo sigue siendo una entidad geopolítica de dimensiones continentales, dueña de sus litorales y, todavía, con una potente flota naval (16), presente en todos los tableros del Planeta. Recientemente, recordamos, Washington ha reactivado la Cuarta Flota (por ahora constituida por once naves, un sumergible nuclear y un portaviones) para demostrar, de forma amenazante, su propio compromiso entre sus compañeros centroamericanos y sudamericanos. La siempre temible potencia estadounidense impone a Eurasia, principalmente a Rusia que constituye su punto de apoyo, pero también a China, que active una política de integración, o de mayor colaboración, hacia el área peninsular e insular de la masa continental, es decir, hacia Europa y Japón. En tal contexto es preciso considerar la nueva política del presidente Medvedev en relación a la potenciación de las fuerzas armadas rusas y, en particular, a la modernización de la marina militar (17). Aunque nos encontramos en la era de la llamada “geopolítica del espacio” y de la geoestrategia de los misiles y de los escudos espaciales, el elemento naval representa, ya desde hoy, un importante banco de pruebas sobre el cual los actores globales están llamados a experimentar sus propias estrategias durante, al menos, la próxima década, ya sea en los “mares interiores” (el Mediterráneo, el mar Negro, el Caribe) como en los océanos.
Con el fin de comprender plenamente los futuros movimientos de la potencia del otro lado del Océano, Pekín y Moscú harían bien en tener presente lo que escribía, hace no muchos años, Henry Kissinger: “Geopolíticamente América es una isla distante del gran continente eurasiático. El predomino por parte de una sola potencia de una de las dos esferas principales de Eurasia –Europa o Asia- constituye una buena definición de peligro estratégico para los Estados Unidos, con guerra fría o sin ella. Ese peligro debería ser frustrado aunque esa potencia no mostrase intenciones agresivas, ya que si estas acabaran por desarrollarse después, América se encontraría con una capacidad muy disminuida de resistencia eficaz y con una incapacidad creciente de condicionar los acontecimientos” (18).
De manera perfectamente especular al caso de Eurasia, un discurso análogo vale también para la América indiolatina. La América indiolatina –es decir, por el momento, Brasil, Argentina y Venezuela – está obligada por evidentes motivos geoestratégicos, a contener las tensiones que alimentan la inestabilidad de una parte del arco andino (19), en particular la boliviana, que constituye el rasgo territorial que conecta la costa occidental a la oriental del subcontinente americano. Brasilia, Buenos Aires, Santiago y Caracas – si realmente quieren librarse de la tutela estadounidense –tendrán necesariamente que incrementar sus relaciones políticas y militares y prestar particular atención a la potenciación de sus propias flotas marinas, civiles y militares. Las condiciones actuales, gracias al “amigo lejano” que representan las potencias eurasiáticas, parecen jugar a su favor. Las condiciones actuales, es obligado decirlo, juegan a favor también de Europa y de Japón.
Para el equilibrio del Planeta, sin embargo, hay que esperar sólo que los EEUU tomen nota razonablemente de su nueva dimensión y que no busquen, por tanto, insensatas estrategias de revancha.
Notas
1. La actual crisis económico-financiera se remonta, según algunos especialistas, entre los que se encuentra Jacques Sapir, a la del trienio 1997-1999. Jacques Sapir, Le nouveau XXI siècle. Du siècle «américaine» au retour des nations, Seuil, París 2008, p.11. Recordamos que los EEUU de 1992 a 1997, con la convicción de ser ya la única potencia mundial, canalizaron, en apoyo a su estrategia de dominio mundial, una “campaña ideológica destinada a abrir las economías del mundo al libre comercio y al libre movimiento de los capitales a escala global” (Chalmer Johnson, Gli ultimi giorni dell’impero americano, Garzanti, Milán 2001, p. 290).
2. Chalmer Johnson, Gli ultimi giorni dell’impero americano, Garzanti, Milano 2001, ediz. orig. Blowback, The Costs and Consequences of American Empire, Little Brown and Company, Londres 2000.
3. Emmanuel Todd, Après l’empire. Essai sur la décomposition du système américain, Gallimard, Paris 2002. Ed. italiana, Dopo l’impero, Tropea, Milán 2003.
4. Chalmer Johnson, op. cit., p. 59.
5. Chalmer Johnson, op. cit., p. 58.
6. “El sistema internacional se va disgregando no sólo porque nuevas potencias agresivas dotadas de escaso sentido del equilibrio tratan de dominar los países fronterizos, sino también porque las potencias en proceso de declive, lugar de regularse y adaptarse, tratan de cimentar su propio predominio inestable transformándolo en una hegemonía rapaz”, David. P. Calleo, Beyond American Hegemony: The future of the Western Alliance, New York 1987, p. 142, cita extraída de Chalmer Johnson, op. cit., p. 312.
7. Michael Lind, How the U.S. Became the World’s Dispensable Nation in “Financial Times”, 26 de enero de 2005.
8. Luca Lauriola, Scacco matto all’America e a Israele. Fine dell’ultimo Impero, Palomar, Bari 2007.
9. Claudio Mutti, Reseña a L. Lauriola, Scacco matto all’America e a Israele, www.eurasia-org, 27 enero 2008.
10. Tiberio Graziani, Geopolitica e diritto internazionale nell’epoca dell’occidentalizzazione del pianeta, en “Eurasia. Rivista di studi geopolitici”, 4/2007, p. 7.
11. Agostino Degli Espinosa, Imperialismo USA, Augustea, Roma-Milán 1932-X, p.521.
12. Carlo Maria Santoro, Studi di Geopolitica, G. Giappichelli, Milán 1997, p. 84.
13. Jacques Sapir, op. cit., pp. 11-12.
14. Jacques Sapir, op. cit., pp. 63-64.
15. Sergio Romano, en relación a la política inglesa antieuropea, respondía así a dos lectores del periódico “Corriere della sera”: “El objetivo inglés es una gran comunidad atlántica, desde Turquía a California, de la cual Londres,por supuesto, sería el eje y la bisagra”, Sergio Romano, Perché è difficile fare l’ Europa con la Gran Bretagna, Corriere della sera, 12 junio 2005, p. 39.
16. Informa Alessandro Lattazio ne de que “la flota de EEUU, hace diez años, poseía 14 portaviones y sendos grupos de batalla. Hoy tiene, sobre el papel, 10 pero sólo 5/6 están operativos”. Alessandro Lattanzio, La guerra è finita?, informe presentado en el FestivalStoria, Turín, 16 octubre 2008.
17. Alessandro Lattanzio, Il rilancio navale della Russia, www.eurasia-rivista.org, 1 octubre 2008.
18. Henry Kissinger, L’arte della diplomazia, Sperling & Kupfer Editori, Milán 2006, pp.634-635.
19. Como se sabe, los analistas subdividen la América meridional en dos arcos: el arco andino, constituido por Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Paraguay y el arco atlántico, constituido por Brasil, Uruguay, Argentina y Chile.
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