La transición desde el sistema unipolar al multipolar es causa de tensiones en dos áreas particulares de la masa eurasiática: el Mediterráneo y Asia Central. El proceso de consolidación del policentrismo parece estar sufriendo una impasse determianda por la conducta “regionalista” adoptada por las potencias eurasiáticas. La localización de un único inmenso espacio mediterráneo-centroasiático como bisagra funcional de la masa euroafroasiática, aportaría elementos operativos para la integración eurasiática.
En el proceso de transición existente entre el momento unipolar y el nuevo sistema policéntrico se observa que las tensiones geopolíticas se descargan principalmente sobre las áreas de fuerte valencia estratégica. Entre éstas, la cuenca del Mediterrábneo y Asia Central, verdaderas bisagras de la articulación euroafroasiática, las caules han adquirido desde el uno de marzo de 2003 un particular interés en el ámbito del análisis geopolítico referente a las relaciones con los EE.UU., las mayores naciones eurasiáticas y los países del Norte de África. Ese día, como se puede recordar, el parlamento de Turquía, es decir, el parlamento de la nación-puente por excelencia entre las repúblicas centroasiáticas y el Mediterráneo, decidió negar el apoyo solicitado por los EE.UU. por la guerra en Irak (1). Este econtecimiento, lejos de constituir sólo un elemento de negociación entre Washington y Ankara, como podía parecer en un primer momento (y seguro que lo fue también a causa de dos elementos contrastantes: la fidelidad turca hacia el aliado norteamericano y la preocupación de Ankara por las consecuencias que la hipotizada creación de un Kurdistán, en el ámbito del entonces probable proyecto de tripartición de Irak, habría tenido en la no resolvida “cuestión curda”), estableció, sin embargo, el inicio de una inversión de tendencia de la vieja política exterior turca (2). Desde ese momento, con un continuo crescendo hasta nuestros días, Turquía, sobre todo mediante la aproximación hacia Rusia (facilitada por la escasa propensión de la Unión Europea en querer incluir Ankara en su propio ámbito) y su nueva política de buena vecindad, ha intentado practicar una especie de desmarcado con relación a la tutela estadunidense, haciendo, de hecho, escasamente confiable una pieza fundamental para la penetración norteamericana en la masa eurasiática. Además de los obstáculos representados por Irán y Siria, los estrategas de Washington y del Pentágono, actualmente también tienen que tomar en consideración la nueva y poco maleable Turquía.
El cambio de conducta de parte de Turquía ha ocurrido en el contexto de la más general y compleja transformación del escenario eurasiático, en donde cabe señalar la reafirmación de elementos caracterizadores como Rusia en una escala continetal y global, el potente auge de China y de India en el ámbito geoeconómico y financiero y, por lo que se refiere la potencia estadunidense, su consunción militar en Afganistán y en Irak.
Lo que, si se toma en cuenta la caída del muro de Berlín y el colapso soviético, parecía manifestarse como la inarrestable avanzada de la “Nación indispensable” hacia el centro de la masa continental eurasiática, siguiendo las siguientes dos predeterminadas directrices de marcha:
– La primera, procedente de Europa continental, cuyo propósito es la inclusión, a golpe de “revoluciones coloradas” en la propia esfera de influencia del ex “vecino exterior” soviético, rápidamente rebautizada “La Nueva Europa”, según la definición de Rumsfeld, y estratégicamente destinada, en el tiempo, a “presionar” Rusia ya en el límite;
– La otra, está constituída por el largo camino que desde el Mediterráneo se prolonga hacia las nuevas repúblicas centroasiáticas, cuyo propósito es el de cortar en dos la masa euroafroasiática y crear un vulnus geopolítico permanente en el seno de Eurasia, el cual se detuvo en el lapso de pocos años en la ciénaga afgana.
Han sido un fracaso los últimos intentos de revoluciones coloradas y agitaciones teledirigidas desde Washington en el Cáucaso y en las Repúblicas centroasiáticas, respectivamente a causa de la firmeza de Moscú y de la conjunción política eurasiática de China y Rusia, puestas en acto, entre otras cosas, a través de la organización de la Conferencia de Shangai (OCS), la Comunidad económica eurasiática y la consoldación de relaciones de amistad y cooperación militar. Los EE.UU., a fines de la primera década del nuevo siglo, han tenido que reformular las propias estrategias eurasiáticas.
La práxis hegemónica atlántica
La adquisición del paradigma geopolítico que es propia del sistema occidental bajo el mando americano, articulado en la dicotomía Estados Unidos versus Eurasia y en el concepto de “peligro estratégico”(3), induce a los analistas que lo practican a privilegiar los aspectos críticos de las varias áreas objetivo de los intereses atlánticos. Tales aspectos comunmente se constituyen por tensiones endógenas debidas particularmente a problemáticas interétnicas, desequilibrios sociales, falta de homogeneidad religiosa y cultural (4), roces geopolíticos. Las soluciones preparadas conciernen un abanico de intervenciones que abarcan desde el papel de los EE.UU. y de sus aliados en la “reconstrucción” de los “estados fracasados” (Failed States) según modalidades diversificadas (en cualquier caso, todas que apuntan en la difusión de los “valores occidentales” de la democracia y de la libre iniciativa, sin tener en cuenta la peculiaridad y las tradiciones culturales locales), hasta la intervención militar directa. Ésta última se justifica, según la coyuntura, como una respuesta necesaria para la defensa de los intereses americanos y del así llamado orden internacional o bien, en el caso específico de los estados o gobiernos que Occidente ha evaluado, previa y significativamente, de acuerdo con las reglas del soft power, “canalla”, como extremo remedio para la defensa de las poblaciones y la salvaguardia de los derechos humanos (5).
Considerando que la perspectiva geopolítica norteamericana es típicamente la de una potencia talásica que interpreta las relaciones con las otras nacionaes o entidades geopolíticas a partir de su propia condición de “isla” (6), ésta identifica la cuenca mediterránea y el área centroasiática como dos zonas caracterizadas por una marcada inestabilidad. Las dos áreas formarían parte del ámbito de los así llamados arcos de inestabilidad, así definidos por Zbigniew Brzezinski. El arco de inestabilidad o de crisis constituye, como ya se sabe, una evolución y una ampliación del concepto geoestratégico del rimland (margen marítimo y costeño) modelado por Nicholas J. Spykman (7). El control del rimland habría permitido, en el contexto del sistema bipolar, el control de la masa eurasiática y, por consiguiente, la contención de su nación más grande, la Unión Soviética, beneficiando únicamente la “isla americana”.
En el nuevo contexto unipolar, la geopolítica norteamericana ha definido como Gran Medio Oriente la extensa y ancha faja que desde Marruecos llega hasta Asia Central, una extensión que, según Washington, había que “pacificar” puesto que constituía un amplio arco de crisis, debido a la conflictualidad generada por la falta de homogeneidad más arriba descrita. Este planteamiento, vehiculado por los estudios de Samuel Huntington y por los análisis de Zigbniew Brzezinski, explica con creces la práxis seguida por los EE.UU. con el propósito de abrirse una brecha en el masa continental eurasiática y desde allí presionar el espacio ruso para asumir la hegemonía mundial. Sin embargo, algunos factores “imprevistos”, como por ejemplo la “reactivación” de Rusia, la política eurasiática seguida por Putín en Asia Central, los nuevos acuerdos entre Moscú y Pequín, además del auge de la nueva Turquía (factores éstos que, si se relacionan con las relativas y contemporáneas “emancipaciones” de algunos países de Suramérica, trazan un escenario multipolar o policéntrico) han influido por lo que concierne la redefinición del área como un Nuevo Medio Oriente. Ésta evolución, emblemáticamente, se dio a conocer oficialmente en el curso de la guerra israelí-libanesa del 2006. En aquella oportunidad, el entonces secretario de Estado, Condoleeza Rice, afirmó: “No veo algún interés de parte de la diplomacia en querer regresar a la situación anterior entre Israel y Libano. Pienso que sea un error. Lo que aquí vemos, en un cierto sentido, es el inicio, son los dolores de un nuevo Medio Oriente y cualquier cosa nosotros hagamos, tenemos que estar seguros que confluya hacia el nuevo Medio Oriente para no regresar al viejo”(8). La nueva definición era, como es obvio, programática; de hecho, apuntaba hacia la reafirmación del partenaire estratégico con Tel Aviv y a la destrucción – debilitación del área cercana y medio oriental en el marco de lo que algunos días después de la declaración de Condorleeza Rice, el primer ministro israelí, Olmert, precisó ser el “New Order” en “Medio Oriente”. Igualmente programático era el sintagma “Balcanes eurasiáticos” acuñado por Brzezinski con relación al área centroasiática, útil a la formulación de una práxis geoestratégica que, a través de la desestabilización de Asia Central con referencia a las tensiones endógenas, tenía (y tiene) el objetivo de hacer problemático el potencial enlace geopolítico entre China y Rusia.
En los años desde el 2006 hasta la operación “Odyssey Dawn” contra Libia (2011), los EE.UU., a pesar la retórica inaugurada desde el 2009 por el nuevo inquilino de la Casa Blanca, han seguido una estrategia que apuntaba hacia la militarización de toda la faja de Gaza, desde el Mediterráneo hasta Asia Central. En particular, los EE.UU. plantearon, en 2008, el dispositivo militar para África, el Africom, actualmente (marzo 2011) ocupado en la “crisis” líbica, finalizado en arraigar la presencia americana en África, por lo que concierne el control e intervención inmediata en el continente africano, pero también tiene como objetivo el “nuevo” Medio Oriente y Asia Central. En síntesis, la estrategia americana consiste en la militarización de la faja mediterránea-centroasiática. Las principales metas son:
a) La creación de un cúneo entre Europa meridional y África septentrional;
b) Asegurarle a Washington el control militar de África septentrional y del Cercano Oriente (utilizando para ello también la base de Camp Bondsteel presente en Kosovo y Metohija), con particular atención al área constituída por Turquía, Siria e Irán;
c) “cortar” en dos la masa eurasiática;
d) Ampliar el así llamado arco de la crisis en Asia Central.
En el ámbito del primer y del segundo objetivo, el interés de Washington se ha dirigido principalmente hacia Italia y Turquía. Los dos países mediterráneos, por motivos diversos (principalmente por razones de política industrial y energética por lo que concierne Italia, específicamente por razones de carácter geopolítico para Ankara, deseosa de desempeñar un papel regional de primer plano, por otra parte en directa competencia con Israel) en los últimos años han tejido relaciones internacionales que, en perspectiva, ya que las relaciones con Moscú se mantienen estables, podían (y pueden) ofrecer útiles estímulos para una potencial exit strategy turco-italiana de la esfera de influencia norteamericana. El intento objetivo de Roma y Ankara en querer aumentar los propios niveles de libertad en el campo de batalla internacional, chocaba no sólo con los intereses generales de carácter geopolítico de Washington y Londres, sino que también con aquellos de tipo más “provincial” de la Union méditerranéenne de Sarkozy.
El multipolarismo entre una perspectica regionalista y una eurasiática
La práxis ejercida por el sistema occidental guiado por los EEUU., ya descrito anteriormente, de ampliar la crisis en Eurasia y en el Mediterráneo con el intento de no alcanzar la estabilización, sino que el mantenimiento de la propia hegemonía mediante la militarización de las relaciones internacionales e implicando a actores locales, además de localizar a otros futuros y probables blancos (Irán, Siria, Turquía) útiles para el arraigo norteamericano en Eurasia, plantea algunas reflexiones por lo que respecta el estado de salud de los EE.UU. y la estructuración del sistema multipolar.
A través de un análisis menos superficial, la agresión obrada por los EE.UU, el Reino Unido y Francia contra Libia, no constituye un simple caso esporádico, sino un síntoma de la dificultad en que se encuentra Washington para obrar de forma diplomática y con sentido de responsabilidad que es lo que se espera que posea una actor global. Esto evidencia el carácter de rapacidad que es característico de las potencias en declino. El politólogo y economista estadunidense David P. Calleo, crítico de la “locura unipolar” y analista del declino de los EE.UU, observaba en el lejano 1987 que “… las potencias en vías de declino, en lugar de regularse y adaptarse, buscan afianzar su propio tambaleante predominio transformándolo en hegemonía rapaz” (10). Luca Lauriola en su libro Jaque mate a América y a Israel. Fin del último Imperio (11), afirma que, y con razón, las potencias eurasiáticas, Rusia, China e India se relacionan con la potencia que se halla del otro lado del atlántico, a esta altura “extraviada y enloquecida”, de una manera que no pueda suscitar reacciones que podrían dar origen a catástrofes planetarias.
Sin embargo, por lo que concierne la estructuración del sistema multipolar, vale la pena relevar que éste último avanza lentamente, no por causa de las recientes acciones americanas en África Septentrional, sino que más bien por la actitud “regionalista” asumida por los actores eurasiáticos (Turquía, Rusia y China), quienes considerando el Mediterráneo y Asia Central sólo en función de sus propios intereses nacionales, no logran apreciar el significado geoestratégico que éstas áreas ejercen en el más amplio escenario conflictual entre intereses geopolíticos extracontinentales (estadunidenses) y eurasiáticos. El redescubrimiento de un único grande espacio mediterráneo-centroasiático, evidenciando el papel de “bisagra” que éste asume en la articulación euroafroasiática, aportaría elementos operativos para superar el impasse “regionalista” que sufre el proceso de transición unipolar-multipolar.
* Tiberio Graziani es director de Eurasia – Rivista di studi geopolitici (www.eurasia-rivista.org) y de la colección Quaderni di geopolitica (Edizioni all’insegna del Veltro), Parma, Italia. Presidente del Istituto di Alti Studi in Geopolitica e Scienze Ausiliarie (IsAG).
direzione@eurasia-rivista.org www.eurasia-rivista.org
Notas:
(1) Elena Mazzeo, “La Turchia tra Europa e Asia”, Eurasia. Rivista di Studi Geopolitici, a. VIII, n.1 2011.
(2) Turquía adhiere al Pacto Otan el 18 de febrero de 1952.
(3) “Geopolíticamente, Norteamérica representa una isla a lo largo del inmenso continente eurasiático. El predominio de parte de una sola potencia en una de las dos principales esferas de Eurasia –constituye una buena definición del peligro estratégico para los Estados Unidos, una guerra fría o menos. Ese peligro debería ser impedido, aún cuando esa potencia no mostrara intenciones agresivas, ya que, si éstas se tuviesen que manifestar acto seguido, Norteamérica se hallaría con una capacidad de resistencia eficaz muy disminuída y una creciente incapacidad de condicionar los acontecimientos”.
Henry Kissinger, L’arte della diplomazia, Sperling & Kupfer Editori, Milano 2006, pp.634–635.
«Eurasia is the world’s axial supercontinent. A power that dominated Eurasia would exercise decisive influence over two of the world’s three most economically productive regions, Western Europe and East Asia. A glance at the map also suggests that a country dominant in Eurasia would almost automatically control the Middle East and Africa. With Eurasia now serving as the decisive geopolitical chessboard, it no longer suffices to fashion one policy for Europe and another for Asia. What happens with the distribution of power on the Eurasian landmass will be of decisive importance to America’s global primacy and historical legacy.» Zbigniew Brzezinski, “A Geostrategy for Eurasia,” Foreign Affairs, 76:5, September/October 1997.
(4) Enrico Galoppini, Islamofobia, Edizioni all’insegna del Veltro, Parma 2008.
(5) Jean Bricmont, Impérialisme humanitaire. Droits de l’homme, droit d’ingérence, droit du plus fort?, Éditions Aden, Bruxelles 2005; Danilo Zolo, Chi dice umanità. Guerra, diritto e ordine globale, Einaudi, Torino 2000; Danilo Zolo, Terrorismo umanitario. Dalla guerra del Golfo alla strage di Gaza, Diabasis, Reggio Emilia 2009.
(6) «Un típico descriptor geopolítico es la visión de los EE.UU. como una “isla” geopolíicamente no muy diversa de Inglaterra y Japón. Tal definición exalta su tradición maritima comercial y las intervenciones militares de allende el mar y, como es obvio, la seguridad basada en la distancia y en el aislamiento.» Phil Kelly, “Geopolitica degli Stati Uniti d’America”, Eurasia. Rivista di Studi Geopolitici, a. VII, n.3 2010.
(7) Nicholas Spykman, America’s Strategy in World Politics: The United States and the Balance of Power, Harcourt Brace, New York 1942.
(8) «But I have no interest in diplomacy for the sake of returning Lebanon and Israel to the status quo ante. I think it would be a mistake. What we’re seeing here, in a sense, is the growing — the birth pangs of a new Middle East and whatever we do we have to be certain that we’re pushing forward to the new Middle East not going back to the old one», Special Briefing on Travel to the Middle East and Europe, US, Department of State, 21 luglio 2006
(9) Tiberio Graziani, “U.S. strategy in Eurasia and drug production in Afghanistan”, Mosca , 9-10 giugno 2010 (http://www.eurasia-rivista.org/4670/u-s-strategy-in-eurasia-and-drug-production-in-afghanistan )
(10) David P. Calleo, Beyond American Hegemony: The future of the Western Alliance, New York 1987, p. 142.
(11) Luca Lauriola, Scacco matto all’America e a Israele. Fine dell’ultimo Impero, Palomar, Bari 2007.
(trad. di V. Paglione)
Questo articolo è coperto da ©Copyright, per cui ne è vietata la riproduzione parziale o integrale. Per maggiori informazioni sull'informativa in relazione al diritto d'autore del sito visita Questa pagina.